sábado, 6 de noviembre de 2010

re-aparecieron

y se da cuenta que de pronto nada tiene sentido.
que mira hacia un lado y al otro y ya no está. vuelve a darse cuenta.
otra vez, otra. otra más. que no. que por más que lo piense, ya no tiene sentido seguir sonriendo, porque no, no está. no están.
no están las sonrisas, ni tampoco las ganas de ir a cualquier parte riendo. tampoco están las ganas de comerse la noche como si del mundo se tratase, de transmitir a todos gran felicidad.
intenta encontrarlo todo en un helado, con la mirada perdida. el rimel por los suelos con la felicidad. el helado que se consume y gotea, como cada una de las sonrisas que han ido a parar al desagüe de los colores sucios, de las témperas con las que pintó su propio nombre.
y recuerda, recuerda cómo estaba hacía una hora. todo lo tenía al alcance de su mano.
a un paso, la felicidad.
a dos, la noche.
a tres, las ganas de enamorarse.
y como, en menos del valor de una semifusa, en menos de un microsegundo, un parpadeo, en menos que amanecía en aquel lugar que de repente aparece en su mente, en menos de cómo el humo de un cigarrillo que había por allí se iba por el aire. en menos de todo eso desapareció.
desapareció ese paso a la felicidad. los colores, y se tiñó todo de negro. de burlas en lugar de risas.
desaparecieró la noche y las ganas de bebérsela. el hielo que la refrescaba se derritió.
desparecieron también las ganas de enamorarse en el tiempo que dura ésta canción que hoy me anima, en el tiempo de afinar mi guitarra, o el tiempo en el que la púa se cae y llega al suelo.
desapareció todo, o casi todo.
sí, casi todo. porque ellos que habían aparecido, re-aparecieron.

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