Aquella noche se congeló.
Lo sé, porque la recuerdo como si fuera ayer.
Era Granada y era de noche. Era un bar de paredes de pizarra, con palabras escritas de tiza en ellas.
Era recién llegada la noche, recién llegados nosotros a la ciudad, recién llegados al comienzo.
Era ilusión, música, brindis, eran historias de infancia.
Era una mirada privilegiada la que se posaba en mí, acompañada de sonrisa de oyente (sonrisa de estar escuchando con fascinación).
Era pasear, compartir el frío, descubrir rincones nuevos, besos por las esquinas, ganas de quedarse, comer, era no preocuparse.
Era la madrugada, esa habitación sin vistas, era la siesta con las persianas bajadas. Era perder la noción del tiempo, los pasteles y la llovizna. Era ese desayuno en la plaza al sol, esa iglesia escondida, esos bosques de árboles blancos. Era encontrarse con aquel conocido, adueñarse de las calles cantando, querer perder el tren. Era llegar borrachos.
Hay noches que son para siempre.
Aquella lo fue.
Lo sé, porque sé que seguimos allí.
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