todos tristes, pasadas ya las ocho de la tarde, con miradas ausentes sin mirar a nadie.
sobre una base musical que repetía París, haciendo que todo el que lo escuchase viese la Torre Eiffel reflejada en los charcos de los adoquines,
uno
presionaba las teclas de un acordeón, balanceándose
otro, el del medio,
tocaba el contrabajo, mucho más grande que él y cerraba los ojos, aunque en su momento no presionase nada
y el último, el tercero,
no hacía música.
pero también se hizo músico
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