Hoy he tenido que decir adiós a un hogar.
He tenido que despedirme de los escenarios, de la sala de cine, de las casas de muñecas, los bailes, las tardes de parchís, los escondites. He tenido que decir adiós a la mesa donde nos hemos sentado durante 21 años a cenar en navidad. Adiós a la habitación que ha visto la ilusión en mis ojos de casi veinte 6 de enero. A los besos en el portal de madrugada, al frío de la entrada, al hueco de la escalera. Los paseos de los domingos, las películas de Audrey Hepburn, los gusanitos y las exquisitas comidas.
Cuando he dado un último vistazo ha sido como si con una cuchara me hubieran vaciado por dentro.
No hay figuras, ni fotos, ni cajitas, ni ropa.
No hay ni un sólo rincón, ya no hay sitio para mí.
No hay sitio para ellos, que es su casa.
Entonces me he girado y le he mirado.
"Lo importante son los buenos momentos que hemos vivido aquí. No por ser esta casa, sino porque somos nosotros"
No me ha respondido.
"Descansa."
Le dije.
Silencio.
"Despídete de la escalera"
fue lo que dijo antes de irnos.
Y ya no pude tragar. Se me anudaron las cuerdas vocales con el llanto y la soledad.
La vida juega, avanza y decide: nunca retrocede una casilla.
Hoy le ha tocado tirar y ha decidido arrebatarme estas paredes, mi refugio, mi lugar feliz. Y lo peor, se lo ha arrebatado a ellos, ¡y no es tuya, puta vida de mierda! ¡que te crees que todo te pertenece!
Todo se está vaciando, todo es abandono y despedidas.
Hay que mudarse de piel, o crecer, agarrarse al tren y exiliarse.
"Tu turno" me ha dicho hoy la vida.
Luego se ha reído a carcajadas y yo le he respondido:
No podrás nunca quitarles el hogar
a las personas que en sí mismas son hogar.
Ellos han sido, son y serán
mi hogar, mi refugio y mi casa.
mi hogar, mi refugio y mi casa.